El Real Madrid derrotó por segunda vez en una semana a un FC Barcelona desfigurado, que perdió la oportunidad de recuperar la autoestima en el Santiago Bernabéu, ante un rival que comenzó plagado de suplentes y acabó venciendo por ganas y fe con un testarazo con el alma de Sergio Ramos (2-1).
Un clásico puede llegar con tintes de intrascendencia pero siempre será un duelo de alta rivalidad, un impulso anímico o un varapalo, uno de esos partidos que todos los futbolistas desean jugar. Se notó en un Real Madrid inédito. Repleto de suplentes ante un Barcelona repleto de dudas. La plantilla azulgrana necesitaba un buen resultado. Jordi Roura más aún, señalado como culpable con la sombra de la autogestión con Tito Vilanova en Nueva York.
Encontró Mourinho la fórmula para frenar al Barcelona. La puede patentar porque hasta con futbolistas poco habituales logró desfigurar el juego de su gran rival. Atraviesa el conjunto catalán un momento preocupante. Derrotado en partidos claves, por Milán y Real Madrid, fue patente su falta de confianza. Sólo Iniesta asumió su peso.
El Bara jugó andando. Tocó sin profundidad. Aburrió. Sin desmarques de ruptura se ahogó en la maraña defensiva de Mourinho. Dos líneas de cuatro. Un dibujo por encima de los nombres. Con el guerrero Pepe acudiendo a todas las batallas de medio centro, un puesto donde suple con lucha su falta de condiciones. Su imagen en la zona de construcción era una muestra de que el Real Madrid no quería el balón.
Comenzó valiente empujado por su afición, presionando a un rival con dudas tras la eliminación copera y a la primera encontró el premio. Morata se fue con una pasmosa facilidad de lves a los seis minutos y puso un centro que remachó a la red Benzema. Mascherano perdió su marca y aún le busca a sus espaldas.
Ousadia é Alegria
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